Tocar Madera

Valeria Vallarta Siemelink

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que nadie lo sepa
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir

Fragmento de “La Luna”, en la Antología Poética de Jaime Sabines[1]

El 31 de diciembre del 2009, el diario popular de México, DF,  El Barrio desplegó el siguiente encabezado: “Agotan los Capitalinos Amuletos por Crisis”.[2] La incertidumbre por la crisis económica y el desempleo acabaron con la materia prima para la elaboración de amuletos en el afamado Mercado de Sonora.

Heredero de la vieja tradición de los tianguis prehispánicos, el Mercado de Sonora, fundado en el corazón de la ciudad de México en la década de los cincuenta, representa las muchas caras de la cultura sincrética que conforma al México contemporáneo y a la mayoría de los países del continente americano. Sus pasillos, olorosos a tomillo e incienso, a ajo macho y almizcle, rebozan de símbolos religiosos y objetos paganos, animales vivos -o sus pieles y huesos-, hierbas frescas, velas de colores, escapularios hechos a la medida o deseo, y jabones para doblegar al objeto de nuestros amores. Todo esto al servicio de quienes necesitan la mano de la fortuna y están convencidos de que estos elementos no fallarán.  Pero el último día del 2009 los curanderos de la capital informaron que el mercado había agotado sus existencias y eran incapaces de producir los remedios y amuletos que los mexicanos necesitaban para enfrentar el nuevo año.

Los mexicanos compartimos con el resto de América Latina una profunda y compleja relación con la suerte. Sin importar el país del cual venimos o en el que vivimos, nuestras creencias o la manera en la que hayamos sido educados, pocos podemos afirmar que no “tocamos madera”, arrojamos una pizca de sal sobre el hombro izquierdo o exclamamos ¡Solavaya!, según la ocasión lo amerite. Es igualmente común que muchos de nosotros portemos algún objeto -la imagen de un santo, la fotografía de un ser amado, una piedra, un anillo especial o, tal vez,  nuestro primer bolígrafo- que nos ofrece seguridad y apego. Esta pieza quizá asuma, aun sin nuestro permiso explícito, cierta función de amuleto y contribuya a la consumación exitosa de una intervención quirúrgica, viaje o un examen.

En su Naturalis Historia, Plinio describe al amuleto como: “Un objeto que protege a una persona frente a un problema”. Los amuletos, probablemente los artefactos más antiguos de la humanidad, están presentes en toda las culturas y pueden asumir todas las formas: milagros, listones, exvotos, partes animales, herraduras de caballo, polvos milagrosos o tréboles de cuatro hojas; ellos han dado origen a un sinfín de usos, costumbres, ritos y creencias cosmogónicas que constituyen un importante reflejo cultural del pasado y adquieren manifestaciones y significados cada vez más diversos en el presente. Los amuletos poseen en la actualidad un profundo cariz popular y, al igual que otras manifestaciones de la cultura material, constituyen elementos imprescindibles para el conocimiento, comprensión y valoración de la identidad contemporánea. Sheila Pine define al amuleto moderno como: “Un objeto portátil al que se atribuyen poderes sobrenaturales capaces de cambiar el destino de las personas, ya sea atrayendo el bien o repeliendo el mal”.[3]

El amuleto es el fascinante objeto en el que se centra el proyecto Joyaviva, una serie de talleres y exposiciones concebidos por el curador Kevin Murray, que buscan explorar las nociones actuales del amuleto y relacionarlo con la vibrante producción de joyería contemporánea que se desarrolla en países conectados a través del Océano Pacifico.

Analizando las cualidades y significados del amuleto, tanto cultural como personalmente,  y aprovechando el carácter indiscutiblemente activo de este artefacto, joyeros, diseñadores, artesanos y artistas de Australia, Chile, México y Nueva Zelanda se han dado a la tarea de crear nuevos amuletos-joyas, objetos portátiles que exudan vida, generan comunicación y re-energizan (?) el campo de la joyería contemporánea internacional.

El resultado de este proyecto es una colección de 31 objetos contemporáneos que reflejan la cultura, el entorno, las ideas y preocupaciones de sus creadores.  Estos artistas abordan temas que, a pesar de la diversidad cultural de sus orígenes, presentan más similitudes que diferencias. Algunos diseñadores se remiten a los orígenes más primitivos de los amuletos y demuestran una inquietud por fenómenos naturales como los terremotos que azotan el Cinturón de Fuego del Pacífico, en el que se ubican  países como Nueva Zelanda, Chile y México. Mientras la chilena Carolina Hornauer propone elaborar objetos de algas y cobre destinados a restablecer la confianza en el futuro de los habitantes devastados por un tsunami en la comunidad mapuche de Tirúa, las neozelandesas AretaWilkinson, Jacqui Chan y Sarah Read  sugieren una serie de broches para mostrar solidaridad con los sobrevivientes del terremoto de Christchurch y la reconciliación con su nuevo entorno urbano.

Entre los mexicanos se observa una preocupación por el clima de violencia implacable relacionada con el crimen organizado que ha atormentado al país en la última década. Cristina Celis emula las ceremonias de limpia hechas con huevos, al producir una serie de anillos de porcelana blanca que deben pasarse por todo el cuerpo para absorber los miedos e inyectar valor; Gabriela campo ha fabricado un pequeño cofre que ofrece protección al viajero que se aventura por las peligrosas carreteras y avenidas del país;  y Jaqueline Roffe ha creado una serie de broches de nácar blanco que ocultan la imagen de la sincrética Santa Muerte, cuyos orígenes combinan diversos elementos del culto prehispánico por los muertos, así como el rito católico de la unción de los enfermos. Esta figura es frecuentemente venerada por los delincuentes. La imagen de la Santa Muerte en las piezas de Roffe se hace evidente al frotar tinta negra en la superficie del broche y permite que el portador sea reconocible como miembro de este culto y, por ende, lo libera de un posible ataque de sus adoradores.

Otros artistas, como Kathryn Yeats de Nueva Zelanda, Alice Wish de Australia y Valentina Rosenthal de Chile, han diseñado amuletos especiales para proteger a los niños pequeños, estimular su independencia y ayudarles a ganar confianza durante las labores escolares.

También están los que reinterpretan -con humor y gran sofisticación formal y conceptual- amuletos y rituales supersticiosos muy conocidos. La artista mexicana Martacarmela Sotelo emplea dos trozos imantados de madera provenientes de una vieja silla, los cuales se vuelven un collar de formas mínimas que evoca, al unir las figuras de madera, el viejo acto de “tocar madera”.  Angela Cura, de Chile, invoca al Ekeko, un dios de la abundancia, la fecundidad y la alegría que acostumbra recibir ofrendas de los habitantes de la región andina. La también mexicana Laura de Alba parte de los escapularios tradicionales católicos y, mediante el uso de etiquetas de marcas comerciales, los transforma en mecanismos que nos protegen de las compras impulsivas o el consumo excesivo.

La obras que integran la exposición Joyaviva, Joyería en Vivo a través del Pacifico demuestran el enorme potencial de la joyería contemporánea, como un medio altamente expresivo y un poderoso elemento de comunicación. El entorno cultural y la identidad personal de sus creadores quedan plasmados en una serie de formas y materiales tan ricos como diversos.

Al final, todos creemos en algo. Podemos tocar madera, repetir un mantra, colgarnos un escapulario o llevar un trozo de luna en el bolsillo. Somos nosotros quienes conferimos valor y poder a los objetos. Las piezas aquí presentadas están impregnadas de vida, significado y talento. Representan un puente que une culturas a través del Pacifico, y son un punto de conexión entre quienes tienen el placer de elaborar el objeto y los que poseen la fortuna de observarlo.


[1]Sabines, Jaime (2011). Antología Poética. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

[2]http://www.barrio.com.mx/index.php?ver=noticia&id=4259

[3] Paine, Sheila (2004). Amulets: A World of Secret Powers, Charms and Magic. London: Thames and Hudson.

Budge, E. A. Wallis (2011). Amulets and Superstitions. New York: Dover Publications.

Clark, Mary Ann (2007). Santería: Correcting the Myths and Uncovering the Realities of a Growing Religion. Goleta: Greenwood Publishing Group.

Hood, Bruce. Supersense, From Superstition to Religion – The Brain Science of Belief. London: Harper Collin Publishers.

Miller, Daniel (2010).  Stuff. Cambridge: Polity Press.

Lawrence, Sullivan (2002). Native American Religions of Central and South America: Anthropology of the Sacred. New York: Bloomsbury Academic.

Ortiz, Fernando (2002). La Santería y la Brujería de los Blancos. La Habana: Fundación Fernando Ortiz.

Paine, Sheila (2004). Amulets: A World of Secret Powers, Charms and Magic, London: Thames & Hudson.

Sejourné, Laurette (1996). Supervivencias de un Mundo Mágico. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

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